El Lobo De Mar

El Lobo De Mar

Author:Jack London
Language: es
Format: mobi
Published: 2009-11-13T23:00:00+00:00


CAPITULO XVIII

Al día siguiente, en tanto amainaba el temporal, Wolf Larsen y yo nos atracamos de anatomía y cirugía y le arreglamos las costillas a Mugridge. Después, cuando calmó la tormenta, recorrimos en todas direcciones la región del océano donde nos había sorprendido el mal tiempo, siempre con tendencia a Poniente, mientras se procedía a arreglar los botes y se hacían y ajustaban velas nuevas. Vimos y abordamos buen número de goletas dedicadas asimismo a la caza de focas, muchas de las cuales iban en busca de sus botes perdidos, y otras llevaban a bordo botes y tripulantes de otras embarcaciones que habían recogido, pues el grueso de la flota había estado más a Occidente, y los botes, esparcidos en todas direcciones, habían huido desesperados buscando el refugio más próximo.

A bordo del Cisco hallamos dos de nuestros botes con todos sus hombres a salvo, y con gran contento de Wolf Larsen y disgusto mío recogimos a Smoke, Nilson y Leach, del San Diego. Así, que al cabo de cinco días sólo nos faltaban cuatro hombres —Henderson, Holyoak, Williams y Kelly— y cazábamos de nuevo en los flancos del rebaño.

Mientras seguíamos hacia el Norte nos salieron al encuentro las terribles nieblas marinas. Todos los días se arriaban los botes y casi antes de que tocaran el agua desaparecían de nuestra vista. Desde el barco haciamos sonar el cuerno a intervalos regulares y cada quince minutos disparábamos un cañonazo. Continuamente perdíamos y encontrábamos botes, pues es costumbre que los recoja la goleta que antes los encuentra hasta que dan con la suya. Pero Wolf Larsen, como era de esperar, al faltarle un bote, tomó posesión del primero que halló extraviado y obligó a sus hombres a cazar con el Ghost, sin permitirles volver a su propia goleta cuando la divisaron. Recuerdo que al pasar su capitán a poca distancia y pedirnos noticias, Wolf Larsen forzó a los hombres a permanecer abajo apuntándoles con un fusil.

Thomas Mugridge, aferrado a la vida con extraña pertinacia, volvió pronto a cojear por allí, efectuando el doble trabajo de cocinero y grumete. Johnson y Leach seguían siendo insultados y golpeados lo mismo que antes, y tenían la certeza que sus vidas sólo durarían lo que durara la caza; el resto de los tripulantes vivían y eran tratados como perros por aquel patrón despiadado. En cuanto a Wolf Larsen y yo, nos llevábamos divinamente, aunque no me abandonaba la idea de que mi deber hubiera sido matarle. Me fascinaba de un modo indecible y me inspiraba un miedo absoluto; y, con todo, no podía imaginármelo como mortal. Había en él una resistencia como de perpetua juventud, que impedía representárselo muerto; únicamente podía suponerlo siempre vivo y dominador, luchando y destruyendo constantemente, pero sin perecer jamás.

Una de sus diversiones favoritas, cuando nos hallábamos en medio del rebaño y el mar estaba demasiado borrascoso para bajar los botes, consistía en embarcarse con dos remeros y un timonel, y en unas condiciones que los mismos cazadores juzgaban imposibles cobraba buen número de piezas, pues era excelente tirador.



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